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«Quien me contempla, me consuela»

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La devoción al Divino Rostro de Jesús

Nuestro Señor pidió la devoción a Su Santo Rostro en reparación por las muchas blasfemias y ofensas que recibe continuamente. En primer lugar reveló esta devoción a una monja carmelita descalza francesa, Sor María de San Pedro, a mediados del siglo XIX, y luego a la beata María Pierina de Micheli en los años 40. En 1958, el Papa Pío XII declaró la fiesta del Santo Rostro de Jesús el día antes del Miércoles de Ceniza (martes de carnaval).

Sor María de San Pedro relató que, el 25 de agosto de 1843, el Señor le dijo:

«Mi nombre es blasfemado por todos, también por los niños, y este horrible pecado hiere abiertamente mi Corazón. El pecador con la blasfemia maldice a Dios, lo desafía abiertamente, aniquila la Redención, pronuncia su misma condena. La blasfemia es una flecha envenenada que penetra mi corazón. Te daré una flecha dorada para sanar la herida del pecador».

En 1845, el Señor le reveló a Sor María que quería una verdadera reparación y que, las almas que se comprometen en reparar son como Santa Verónica que ha superado la indiferencia de la multitud y ha limpiado a la cara de Cristo, llena de sangre y de sudor. El Señor le dijo a la monja: «Estoy buscando a una Verónica, que limpie y honre a Mi Rostro Divino, que tiene pocos adoradores».

Después de la muerte de Sor María de San Pedro, en 1885 el Papa León XIII fundó la Archicofradía de la Santa Faz. Algunos de los primeros miembros fueron la familia de Santa Teresa de Lisieux, cuyo nombre religioso era Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz debido a esta devoción.

Al igual que a Sor María de San Pedro, también a la Beata María Pierina de Micheli, el Señor le pidió difundir la devoción a su Santo Rostro. La Beata relata sus experiencias en una carta a Pío XII en 1940 en una audiencia personal con el Papa.

Con solo 12 años, María Pierina, que esperaba venerar el Crucifijo en la celebración del Viernes Santo, escuchó a Jesús decirle: «Nadie me da un beso de amor en mi cara para reparar el beso de Judas». La futura Beata respondió: «Te daré un beso de amor, Jesús». Cuando creció se consagró a Dios y vivió una vida de unión íntima con el Señor.

En 1938, mientras rezaba ante del Santísimo Sacramento, Nuestra Señora se le apareció con un escapulario compuesto por dos piezas de tela. Por un lado, estaba la Santa Faz de Jesús y por el otro estaba la Eucaristía rodeada de rayos. Nuestra Señora le dijo:

«Todos aquellos que lleven un escapulario como éste y hagan, si es posible, una visita cada martes al Santísimo Sacramento, para reparar los ultrajes que recibió el Divino Rostro de Jesús durante su Pasión y que recibe cada día en la Eucaristía, serán fortificados en la fe, prontos a defenderla y a superar todas las dificultades internas y externas. Además, tendrán una muerte serena bajo la mirada amable de mi Divino Hijo».

En 1940, la Beata María Pierina obtuvo la aprobación eclesiástica de la medalla de la Santa Faz, acuñada de acuerdo con la imagen del rostro de Jesús que nos da la Sábana Santa.

El Señor también pidió que Su Santa Faz fuese honrada todos los martes y especialmente el Martes de Carnaval (es decor, el martes anterior al Miércoles de Ceniza), que marca el comienzo de la Cuaresma. Al pedir esta devoción, Jesús apareció cubierto de sangre y dijo muy tristemente a la Beata Pierina:

«¿Ves cómo sufro? Y, sin embargo, por poquísimos soy comprendido. ¡Cuántas ingratitudes de parte de aquellos que dicen amarme!
He dado mi corazón como objeto sensibilísimo de mi gran amor por los hombres y doy mi Rostro como objeto sensible de mi dolor por los pecados de los hombres: quiero que sea honrado con una fiesta particular el martes de Quincuagésima, fiesta precedida de una novena en que todos los fieles reparen conmigo, uniéndose a la participación de mi dolor».

En otra de sus apariciones a la Madre Pierina le dijo: «Quiero que Mi Rostro, que refleja las penas más íntimas, el dolor y el amor de Mi Corazón, sea más honrado. Quien me contempla, me consuela».